Carlos Espinal Equus
1984
Vivía yo en la ciudad de Nueva York, específicamente en el East Village,
justo llegando al barrio mejor conocido como “The Alphabet City”, un lugar muy
peculiar de la ciudad, en donde, mientras surgían nuevas voces del arte,
también surgían voces de protestas por la desigualdad, el derecho a la
identidad del individuo, una revolución provocada por momentos de cambios, entre
ellos, la explosión de una nueva enfermedad que atacaba a todos por
igual, pero, con la que cruelmente se responsabilizó más que nada a la
comunidad homosexual como principal causante de dicho mal, provocando así
una “cacería de brujas” que se ha prolongado hasta nuestros días.
El East Village también fue cuna de un nuevo lenguaje en el arte
escénico, el famoso “Performance” que venia desde la decada del sesenta, (esta vez en su versión dance-Theater) así la
danza unió el lenguaje del cuerpo con el lenguaje del sonido y la
palabra, en espectaculos y presentaciones en apartamentos, terrazas, galerias o cualquier espacio no convencional. La pintura encontró una expresión de protesta con nuevos
artistas, la música alcanzo su mayor rebeldía con los movimientos punk de la
época, la integración de sonidos de otras culturas, protagonizaron las
carteleras discográficas. Movimientos
musicales y estilos musicales como el new wave, heavy metal, punk rock,
hardcore punk, hip hop, Gothic rock, post-punk, alternative rock, Miami
bass, Chicago hip house, Washington DC go-go, House music, estilos que buscaban
la revolución musical del momento.
Artistas y grupos del mundo de la música comercial (algunos vivieron en el East Village) como Madonna, Cyndi Lauper, Prince, The Police, The Culture Club, Michael Jackson, Janet Jackson, Whitney Houston,
Lionel Richie, David Bowie, Bruce Springsteen, Don
Henley, George Michael, Tiffany, Culture Club, Duran Duran, Devo, A Flock
of Seagulls, Blondie, Talking Heads, The Cars, The Pretenders, Elvis Costello,
The B-52s, The Go-Gos, The Beat, Soft Cell, Depeche Mode, Billy Idol, The Cure,
Spandeau Ballet, The Bangles, marcaron las pautas
musicales de la época y uno que otro vivió o se prensentó en sus principios en el East Village.
David Byrne el amante por excelencia de la
música étnica impuso un estilo en todo el entorno Neuyorkino). Esa
revolución no fue solo de instrumentos y lírica, no, también la
revolución se proyectó en la moda, en el "vestuario", la irreverencia a
lo establecido, hubo una
transformación total en la forma de presentar la expresión de la
moda, el reciclaje y la forma ecléctica de vestir y la popularidad que
adquirieron las boutiques que vendían
ropas de segunda mano, hoy llamadas "Vintage", se dieron a conocer en todo el
sector. Un tiempo en donde lo étnico era “exótico” y en donde a pesar
del horror que vivíamos por la llegada del SIDA, el sexo unía a todas las expresiones
en un grito por la necesidad de una auténtica libertad. Lo prohibido
estaba al alcance de todos, era la práctica constante de una juventud
ávida de mejores respuestas. Saint Mark Place, cuna de un movimiento
poético, nos juntaba a todos sin importar backbround, tendencias políticas,
posición social, inquietudes artísticas o identidades de género. Quienes
llegaban a vivir al East Village, sabían que habían aterrizado en
la “zona prohibida”, la zona deseada por todos aquellos que anhelaban una
vida diferente, encerrada en unos muros destinados a quienes venían huyendo de
las normas establecidas por una moral hipócrita con actitudes fascistas,
aquellos que llegaron en busca de una libertad que ningún otro
lugar podía proporcionarles. Aunque marcado por un bajo nivel económico, estructuras de edificios
abandonados, una comunidad de “homeless” y “runaways”, la creatividad siempre fue protagonista en el
modo de expresión de sus habitantes y de sus antiguas calles.
El color negro era fundamental en la vestimenta, pelos verdes,
rojos, morados y rubios eran aceptados por todos, sin cuestionamientos, cabezas
rapadas a la mitad, botas militares adornadas con símbolos, uñas pintadas de
negro, botones de expresiones personales y colectivas adornaban nuestras ropas,
poco aceptadas en otros linderos de la ciudad, escritores que regalaban su
literatura en lecturas públicas o privadas o en cualquier hoja de
cuaderno disponible, murales de rebeldía con trazos folclóricos que
redefinieron la expresión artística del momento, alcohol y drogas, drogas por
doquier, las más consumidas el Crack y la cocaína, un escape a una sórdida
realidad que se vivía fuera de los muros de este lugar. Aquellas
pisadas con pintura morada por doquier, los pasos de un hombre misterioso que
buscaba dejar su marca, como hicieran
los Homo Sapiens en las paredes de las cavernas hace miles de años, este hombre fue perseguido
por las autoridades por mucho tiempo. Postes de luz adornados con
cerámica y cristales rotos, otra expresión de “protesta con belleza” del Mosaic lamp posts creado por Jim Power “the Mosaic Man”.
Los paseos de David Byrne en su bicicleta camino a
su estudio de grabación, mañana y noche, la misma trayectoria, cortando cada día la 1era Avenida a la mitad, traía por bocina una caja de música en sus
sentidos y sus ojos saltones, enganchaban los colores que tras él, se iban
haciendo cada vez más intensos a su paso.
La figura enigmática de Quintin Crisp, llenando su canasta con los
vegetales más económicos que le ofrecían los coreanos, caminando con sus
mejores galas y su clásico sombrero que llevaba como pamela arrogante en un
desierto de soledades colectivas… irónicamente nos unían tantos silencios aún sin conocernos… y Keith Haring
rediseñando con su arte un nuevo movimiento de “Cultura Pop y Cultura
Callejera” se burló de las autoridades y transgredió los espacios
prohibidos, pero tristemente no pudo burlarse del SIDA. Harley Flanagan, niño/joven, prodigio que nos marcó las pautas del sonido
que más identifico a la zona, una leyenda viva que si supo sobrevivir al
mito.
Aquí es donde llegué, al final de una fría tarde, perdido, atrevido,
dispuesto, deseoso, desconocido, inventando un idioma que no tenía, con
nada más que ilusiones en mi cartera. Llegué huyendo de la presión,
encaminado por el amor y la pasión de llevarme al mundo por
delante, escapado de mi casa, de mi familia, en busca de mi propia
identidad, de mi deseo de crecer, de convertirme en un artista de la escena, un
“verdadero artista”… en busca de amor.
Las drogas nunca las probé, no había en mí curiosidad por ningún
tipo de drogas, no sentía deseo alguno
de perderme en ese mundo, por el contrario, quería estar alerta para
embriagarme de esa nueva vida que había descubierto casi sin querer.
Ese era yo, “The runaway latin boy” como me decía Carlo Pitore, atrevido artista para quien pose alguna vez en su taller de la Calle 10 cerca
de la Primera Avenida, siempre me
contaba historias, me contaba muchas cosas y un día que me regalo una página de sus de
sellos de su colección de boxeadores.
Con él fui testigo de la revuelta del Tompking Squeare Park, esa
revolución de una noche que me hizo entender que yo ya era parte de un lugar que
me había acogido, sin preguntar de donde
venía o cómo había logrado atravesar esas paredes prohibidas para
muchos.
Cuando salía de mi nuevo
barrio, lo hacía para ir a estudiar al Herbert Berghof Studios, al otro
Village, el designado a los pudientes, al de las calles limpias y restaurantes
caros, de los niños bien, los “yuppies”, a los niños de New York University o cuando
iba a mis clases en el Puertorrican Traveling Theater en la calle 41 y 8va. Ave,
en donde conocí a tanta gente querida, gente que me introdujo al movimiento de teatro latino
de Nueva York, maravillosos profesores y artistas como Manuel Yeskas ,actor y director mexicano de “Arte
Unido”, Manuel Martínez (Cubano), director y fundador de la compañía infantil
“The Bubles Players, ambos fueron directores de la institución y ambos me
llevaron a trabajar en sus respectivas compañías teatrales, la gran maestra
Angélica Rosa Sepúlveda, mi primera maestra de canto, quien me brindo muchas oportunidades, entre
ellas el haber sido instructor de teatro infantil en el “Hispanic Young People Chorus Of Brooklyn”, y me llevó a participar
en el 1er. Festival Latino de la Voz,
entre muchas otras cosas. La gran actriz y maestra Graciela
Lecube, mi inolvidable Ilka Tanya Payan, la gran
artista Teresa Yenke, el gran director Francisco Morín, de todos ellos recibí
mucho apoyo y cariño.
Amigos artistas del movimiento teatral llamado The Argenta Manhattan
Workshop que dirigía ese gran actor y director argentino, Norman Brinsky
(también maestro del PRTT) me encamino a ver otras formas de la expresión
teatral, se convirtió en un puente para acercarme a otras posibilidades de hacer
arte.
Al principio y por un tiempo, cuando llegué a vivir al East
Village, sobreviví posando para algunos pintores y fotógrafos del sector,
Posar no era suficiente como para pagar mi parte de la renta, así que
había que buscar algo estable y de más rentabilidad, aquí comienza mi primera
etapa llenando aplicaciones. Tuve la dicha de conseguir un puesto en La
Librería Hispano Francesa (The French and Spanish Book Store or The French and
European Publication), para la época, una gigantesca librería, la más grande de
publicación extranjera en la ciudad de Nueva York, ahí me convierten en el
encargado del departamento de literatura, la selección más grande de la
división en lengua española. Un regalo para un joven actor que aspira
convertirse algún día en un reconocido actor y director de la
escena. La dicha fue aún más grande, pues, por trabajar
en este lugar entre en contacto directo con la literatura de una manera más
personal, el trabajo me permitió cultivar mis conocimientos y hasta llegué a conocer
algunos intelectuales y literatos importantes.
A todo esto, nunca me pude desconectar de mi lugar de origen, siempre
mantuve el contacto de una u otra forma. En esa época el mar parecía un
océano y el océano un universo. Yo hice todo lo posible por permanecer en
contacto.
Mi primer intento de seguir siendo parte del movimiento cultural
dominicano fue cuando junto a la maestra Angélica Rosa Sepúlveda,
llevamos a la República Dominicana a los estudiantes del Hispanic Young People
Chorus Of Brooklyn, un grupo de veinte estudiantes y sus padres, más tres
maestros, hicimos presentaciones a casa llena en el teatro del Dominico
Americano y así como también en la ciudad de Santiago, luego en varias
ocasiones regresé con Angélica Rosa en Concierto y el guitarrista clásico Luis
Enrique Julia, a La Sala De La Cultura del Teatro Nacional y Casa De
Teatro. Más adelante volvimos al país con Angélica Rosa para producir un
taller de “Entrenamiento de la Voz para Actores y Cantantes” y logramos reunir
a un grupo de alrededor de 80 participantes, todo esto de manera independiente,
sin absolutamente ningún apoyo de autoridades culturales, lo hicimos
de manera autónoma.
En el 1977 comencé mis estudios en la Escuela Nacional de Arte
Escénico del Palacio de Bellas Artes, en esa época, una compañera me regaló
un libro enciclopedia de la Real Academia de Arte Dramático de Madrid, España,
por este libro pude imaginar un
mundo de posibilidades para seguir creciendo. Para entonces, la mayoría
de los aspirantes se visualizaban estudiando en Moscú, todos
querían ir a estudiar con el método de Stanislavski, popularizado en el país
por el maestro Rafael Villalona y la gran actriz Delta Soto y un grupo de
maravillosos actores de la compañía Nuevo Teatro. Aunque estudiaba
y amaba este método, no sentía ninguna inquietud por irme a vivir a
Rusia, así que por medio de la embajada española logré entrar en contacto
con la Real Academia de Arte Dramático de Madrid y después de someter los
documentos necesarios, recibí la aprobación de una beca para estudiar en esta
prestigiosa institución.
Terminado mis Estudios en la Escuela Nacional de Arte Escénico, el
entonces director de Bellas Artes, el destacado músico, compositor y dramaturgo
Manuel Marino Miniño, me había nombrado como Actor del Teatro de Bellas
Artes, recuerdo que habían elegido a tres o cuatro alumnos de la escuela, una
de ellas fue la actriz Carlota Carretero, creo que Anacaona Félix y no
recuerdo quien más.
El maestro Miniño, siempre me hizo saber que veía en mí un gran
potencial histriónico. Debo decir que mi corta y pasajera experiencia en
esta compañía estatal no fue muy grata, me dieron el trabajo más nunca me
llamaban para trabajar en las obras. Yo
comencé a aceptar cualquier trabajo que me ofrecieran en los grupos
independientes. Mi inquietud era aprender y solidificar mi recién
nacida carrera.
Al poco tiempo de entrar a la compañía, dos o tres meses después,
me encontraba dirigiendo la obra que me estrenaría como director en el Teatro
Nacional, “El Baúl De Los Disfraces” de Jaime Salón. Durante el proceso
de los ensayos, recibí una llamada del Maestro Minino, me pidió que
viniera a su oficina, una vez allí, comenzó a recriminarme porque según
le habían contado, yo me negaba a trabajar con la compañía de
Bellas Artes de la cual ya era empleado. Lo escuche en silencio, con el
gran respeto que siempre sentí por el maestro, después de haberlo escuchado, le
explique que nunca me habían llamado para trabajar en absolutamente nada con la
compañía. Para suerte mía, el maestro Miniño mando a buscar a los dos
responsables presuntos implicados de la acusación y en mi precedencia los
cuestiono y no pudieron dar explicación alguna, ni siquiera
pudieron nombrar la obra para la cual me habían llamado y no supieron
decir cuál era mi número telefónico, por esta razón no pude ser
despedido. Al no poder hacer nada al
respecto, me llaman como “apuntador” de una reposición ‘Las Manos De Dios”
El Baúl De Los Disfraces, recibe una gran publicidad para la época, sala
llena durante todas las representaciones. Muy poco tiempo después nombran
a un nuevo director de Bellas Artes y por coincidencia es cuando llega la
aprobación de mi beca para irme a estudiar a España, yo solicito un permiso con
disfrute de sueldo hasta mi regreso, pues necesitaba ese salario para mis estudios
en Madrid, España. Como era de esperarse, la solicitud fue denegada,
porque la decisión quedo en manos de uno de los dos acusadores. Cabeza
dura como siempre he sido, decidí seguir adelante con mis planes. Ya camino a Madrid me detengo en los
Estados Unidos para visitar a mi familia y desde ese momento, la historia
cambio de rumbo, la travesía siguió su propia ruta y llego a lugares
nunca antes sospechados, mas no a Madrid, España.
Para finales de 1986 la nostalgia
de la escena dominicana me invade y en conversación con el director,
luminotécnico y escenógrafo dominicano, director de la compañía Alta Escena,
Bienvenido Miranda, salió a relucir una obra que nos gustaba a ambos, Equus,
del escritor inglés Peter Shaffer, inmediatamente contacte a los
representantes del autor en Londres, recibí sus permisos para presentar
la puesta en escena dominicana, la fecha en la que yo podía trasladarme a Santo
Domingo para este montaje, coincidía con un festival de teatro organizado por
el estado, Ivonne Haza era la directora artística del Teatro Nacional y
se mostró muy dispuesta a que esta obra fuera parte del festival, de inmediato
empiezan los preparativos y de mi parte la investigación sobre la obra y sobre
mi personaje Alan, protagonista de la historia. Después de arduos
preparativos y mucha comunicación, estaba todo listo para mi viaje, me preparé
para estar fuera de Nueva York unos cuatro meses. Mientras esperaba por
mi vuelo en el JFK, decido llamar a mi contestador desde una cabina de teléfono
público, yo tenía un aparatito del tamaño de un beeper que me permitía
recoger mis mensajes, llamaba, esperaba a que saliera un mensaje de voz y
apretaba tres veces el aparatito y así era como lograba escuchar los mensajes
grabados en mi contestadora. Entre los mensajes que escuché, había uno
con la voz de una joven que decía: “por favor llamar con urgencia
al Teatro Nacional”.
Inmediatamente llamo al teatro desde el mismo teléfono público donde me
encontraba, me reciben con la noticia de que” la obra no se puede realizar
porque hubo un problema de “comunicación entre los organizadores del
festival”- además me dijeron- que no era necesario que llegara a Santo Domingo,
porque “lamentablemente la fecha estaba ocupada”- Con la
furia natural que me provoco esta sorpresiva situación, le grite a la joven,
reclamé y pedí hablar con la directora o cualquiera que pudiera
responder a mis preguntas, pero, lamentablemente, todos se encontraban en
“su hora de almuerzo”. Necesitaba una respuesta, lo único
que quería saber era ¿porque habían esperado hasta ese momento para
comunicármelo? justo el mismo día cuando suponíamos que yo llegaba a
Santo Domingo. Durante mi conversación telefónica, escuché la llamada de
abordaje… No me quedo más remedio que seguir con mi plan de viaje y averiguar
de frente lo que estaba pasando con este proyecto que veníamos
planificando por tanto tiempo.
A mi llegada a Santo Domingo, después de reuniones, preguntas y
averiguaciones, concluí que lo sucedido no era casualidad y lo pude
reconfirmar décadas después. El proceso fue tan frustrante que decidí
abandonar la idea y empacar para regresar al barrio que me había acogido sin
preguntar quién era y de donde venía.
Aquel día de mi regreso a Nueva York, nunca lo olvidaré…sentí que
esos mundos tan disimiles se revolcaban en mi cabeza y por un momento me volví
un ciudadano de ninguna parte, con la misma maleta llena de ilusiones y sueños
que parecían truncados, regresé con mis fotos, las mismas que hoy comparto con
ustedes.
Aquella mañana, antes de irme al aeropuerto, me dirijo al
Teatro Nacional para entregarle a Lillyanna Díaz un sobre con una copia de la primera edición
de una nueva obra de Luis Rafael Sánchez, la cual yo había encargado para
poner a la venta por primera vez en Nueva York en la
Librería Hispano Francesa, luego, supe
que ni la obra, ni la tarjetita de agradecimiento había escrito para ella,
habían llegado a sus manos.
En lo adelante seguí viviendo, amando, aprendiendo, sufriendo, haciendo
teatro en Nueva York, pero sobre todo creciendo en aquel barrio que me acogió
con los brazos abiertos y me hizo testigo de una época, de una mágica
revolución en donde muchos amigos y amores no pudieron alcanzar el frente de
batalla.
Mucho tiempo después y por una gran puerta que el destino me tenía
guardada, regreso a casa para protagonizar “Calígula” de
Albert Camus, en un montaje de Giovanny Cruz, una obra que me puso en el
corazón de todos los dominicanos que fueron testigos de este gran evento
del teatro dominicano.
Desde entonces la historia ha seguido escribiendo su propio destino.
Carlos Espinal
Derechos Reservados 2016
My mother protected me from the world and my father threatened me with it.
Quentin Crisp
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