Carlos Espinal Equus
Vivía yo
en la ciudad de Nueva York, específicamente en el East Village, justo llegando
al barrio mejor conocido como “The Alphabet City”, un lugar muy peculiar de la
ciudad, en donde, mientras surgían nuevas voces del arte, también
surgían voces de protestas por la desigualdad, el derecho a la identidad del
individuo, una revolución provocada por momentos de cambios, entre ellos,
la explosión de una nueva enfermedad que atacaba a todos por igual, pero,
con la que cruelmente se responsabilizó más que nada a la comunidad
homosexual como principal causante de dicho mal, provocando así una
“cacería de brujas” que se ha prolongado hasta nuestros días.
El East
Village también fue cuna de un nuevo lenguaje en el arte escénico, el famoso
“Performance” que venía desde la década del sesenta, (esta vez en su versión
dance-Theater) así la danza unió el lenguaje del cuerpo con el lenguaje del
sonido y la palabra, en espectáculos y presentaciones en apartamentos,
terrazas, galerías o cualquier espacio no convencional. La pintura
encontró una expresión de protesta con nuevos artistas, la música alcanzo su
mayor rebeldía con los movimientos punk de la época, la integración de sonidos
de otras culturas, protagonizaron las carteleras discográficas.
Movimientos musicales y estilos musicales como el new wave, heavy metal, punk
rock, hardcore punk, hip hop, Gothic rock, post-punk, alternative rock, Miami
bass, Chicago hip house, Washington DC go-go, House music, estilos que buscaban
la revolución musical del momento.
Artistas
y grupos del mundo de la música comercial (algunos vivieron en el
East Village) como Madonna, Cyndi Lauper, Prince, The Police, The Culture
Club, Michael Jackson, Janet Jackson, Whitney Houston, Lionel Richie, David
Bowie, Bruce Springsteen, Don Henley, George Michael, Tiffany, Culture
Club, Duran Duran, Devo, A Flock of Seagulls, Blondie, Talking Heads, The Cars,
The Pretenders, Elvis Costello, The B-52s, The Go-Gos, The Beat, Soft Cell,
Depeche Mode, Billy Idol, The Cure, Spandeau Ballet, The Bangles, marcaron las
pautas musicales de la época y uno que otro vivió o se prensentó en sus
principios en el East Village.
David Byrne el amante por excelencia de la música étnica impuso un estilo en
todo el entorno Neuyorkino). Esa revolución no fue solo de
instrumentos y lírica, no, también la revolución se proyectó en la moda, en el
"vestuario", la irreverencia a lo establecido, hubo una
transformación total en la forma de presentar la expresión de la moda, el
reciclaje y la forma ecléctica de vestir y la popularidad que adquirieron las
boutiques que vendían ropas de segunda mano, hoy llamadas "Vintage",
se dieron a conocer en todo el sector. Un tiempo en donde lo étnico era
“exótico” y en donde a pesar del horror que vivíamos por la llegada del SIDA,
el sexo unía a todas las expresiones en un grito por la necesidad de una
auténtica libertad. Lo prohibido estaba al alcance de todos, era la
práctica constante de una juventud ávida de mejores respuestas.
Saint Mark Place, cuna de un movimiento poético, nos juntaba a todos sin
importar backbround, tendencias políticas, posición social, inquietudes
artísticas o identidades de género. Quienes llegaban a vivir al East Village,
sabían que habían aterrizado en la “zona prohibida”, la zona deseada por todos
aquellos que anhelaban una vida diferente, encerrada en unos muros destinados a
quienes venían huyendo de las normas establecidas por una moral hipócrita con
actitudes fascistas, aquellos que llegaron en busca de una libertad que
ningún otro lugar podía proporcionarles. Aunque marcado por un bajo
nivel económico, estructuras de edificios abandonados, una comunidad de
“homeless” y “runaways”, la creatividad siempre fue protagonista en el modo de
expresión de sus habitantes y de sus antiguas calles.
El
color negro era fundamental en la vestimenta, pelos verdes, rojos, morados y
rubios eran aceptados por todos, sin cuestionamientos, cabezas rapadas a la
mitad, botas militares adornadas con símbolos, uñas pintadas de negro, botones
de expresiones personales y colectivas adornaban nuestras ropas, poco aceptadas
en otros linderos de la ciudad, escritores que regalaban su literatura en
lecturas públicas o privadas o en cualquier hoja de cuaderno disponible,
murales de rebeldía con trazos folclóricos que redefinieron la expresión
artística del momento, alcohol y drogas, drogas por doquier, las más consumidas
el Crack y la cocaína, un escape a una sórdida realidad que se vivía fuera de
los muros de este lugar. Aquellas pisadas con pintura morada por
doquier, los pasos de un hombre misterioso que buscaba dejar su marca, como
hicieran los Homo Sapiens en las paredes de las cavernas hace miles de años,
este hombre fue perseguido por las autoridades por mucho tiempo. Postes
de luz adornados con cerámica y cristales rotos, otra expresión de “protesta
con belleza” del Mosaic lamp posts creado por Jim Power “the Mosaic
Man”.
Los paseos de David Byrne en su bicicleta camino a su estudio de grabación,
mañana y noche, la misma trayectoria, cortando cada día la 1era Avenida a la
mitad, traía por bocina una caja de música en sus sentidos y sus ojos
saltones, enganchaban los colores que tras él, se iban haciendo cada vez más
intensos a su paso. La figura enigmática de Quintin Crisp,
llenando su canasta con los vegetales más económicos que le ofrecían los
coreanos, caminando con sus mejores galas y su clásico
sombrero que llevaba como pamela arrogante en un desierto de
soledades colectivas… irónicamente nos unían tantos silencios aún sin
conocernos… y Keith Haring rediseñando con su arte un nuevo movimiento de
“Cultura Pop y Cultura Callejera” se burló de las autoridades y transgredió los
espacios prohibidos, pero tristemente no pudo burlarse del SIDA.
Harley Flanagan, niño/joven, prodigio que nos marcó las pautas del sonido
que más identifico a la zona, una leyenda viva que si supo sobrevivir al mito.
Aquí es
donde llegué, al final de una fría tarde, perdido, atrevido, dispuesto,
deseoso, desconocido, inventando un idioma que no tenía, con nada más que
ilusiones en mi cartera. Llegué huyendo de la presión, encaminado por el
amor y la pasión de llevarme al mundo por delante, escapado de mi casa, de mi
familia, en busca de mi propia identidad, de mi deseo de crecer, de
convertirme en un artista de la escena, un “verdadero artista”… en busca de
amor.
Las
drogas nunca las probé, no había en mí curiosidad por ningún tipo de drogas, no
sentía deseo alguno de perderme en ese mundo, por el contrario, quería estar
alerta para embriagarme de esa nueva vida que había descubierto casi sin
querer.
Ese era
yo, “The runaway latin boy” como me decía Carlo Pitore, atrevido artista para
quien pose alguna vez en su taller de la Calle 10 cerca de la Primera Avenida,
siempre me contaba historias, me contaba muchas cosas y un día que me regalo
una página de sus de sellos de su colección de boxeadores. Con él fui
testigo de la revuelta del Tompking Squeare Park, esa revolución de una noche que
me hizo entender que yo ya era parte de un lugar que me había
acogido, sin preguntar de dónde venía o cómo había logrado
atravesar esas paredes prohibidas para muchos.
Cuando
salía de mi nuevo barrio, lo hacía para ir a estudiar al Herbert Berghof
Studios, al otro Village, el designado a los pudientes, al de las calles
limpias y restaurantes caros, de los niños bien, los “yuppies”, a los
niños de New York University o cuando iba a mis clases en el Puertorrican
Traveling Theater en la calle 41 y 8va. Ave, en donde conocí a tanta gente
querida, gente que me introdujo al movimiento de teatro latino de Nueva
York, maravillosos profesores y artistas como Manuel Yeskas ,actor
y director mexicano de “Arte Unido”, Manuel Martínez (Cubano), director y
fundador de la compañía infantil “The Bubles Players, ambos fueron directores
de la institución y ambos me llevaron a trabajar en sus respectivas compañías
teatrales, la gran maestra Angélica Rosa Sepúlveda, mi primera maestra de
canto, quien me brindo muchas oportunidades, entre ellas el haber sido
instructor de teatro infantil en el “Hispanic Young People Chorus Of
Brooklyn”, y me llevó a participar en el 1er. Festival Latino de la Voz,
entre muchas otras cosas. La gran actriz y maestra Graciela Lecube,
mi inolvidable Ilka Tanya Payan, la gran artista Teresa Yenke, el
gran director Francisco Morín, de todos ellos recibí mucho apoyo y cariño.
Amigos
artistas del movimiento teatral llamado The Argenta Manhattan Workshop que
dirigía ese gran actor y director argentino, Norman Brinsky (también maestro
del PRTT) me encamino a ver otras formas de la expresión teatral, se convirtió
en un puente para acercarme a otras posibilidades de hacer arte.
Al
principio y por un tiempo, cuando llegué a vivir al East Village, sobreviví
posando para algunos pintores y fotógrafos del sector, Posar no era suficiente
como para pagar mi parte de la renta, así que había que buscar algo estable y
de más rentabilidad, aquí comienza mi primera etapa llenando aplicaciones.
Tuve la dicha de conseguir un puesto en La Librería Hispano Francesa (The
French and Spanish Book Store or The French and European Publication), para la
época, una gigantesca librería, la más grande de publicación extranjera en la
ciudad de Nueva York, ahí me convierten en el encargado del departamento de
literatura, la selección más grande de la división en lengua española. Un
regalo para un joven actor que aspira convertirse algún día en un reconocido
actor y director de la escena. La dicha fue aún más grande, pues,
por trabajar en este lugar entre en contacto directo con la literatura de una
manera más personal, el trabajo me permitió cultivar mis conocimientos y hasta
llegué a conocer algunos intelectuales y literatos importantes.
A todo
esto, nunca me pude desconectar de mi lugar de origen, siempre mantuve el
contacto de una u otra forma. En esa época el mar parecía un océano y el
océano un universo. Yo hice todo lo posible por permanecer en contacto.
Mi
primer intento de seguir siendo parte del movimiento cultural dominicano fue
cuando junto a la maestra Angélica Rosa Sepúlveda, llevamos a la
República Dominicana a los estudiantes del Hispanic Young People Chorus Of
Brooklyn, un grupo de veinte estudiantes y sus padres, más tres maestros,
hicimos presentaciones a casa llena en el teatro del Dominico Americano y así
como también en la ciudad de Santiago, luego en varias ocasiones regresé con
Angélica Rosa en Concierto y el guitarrista clásico Luis Enrique Julia, a
La Sala De La Cultura del Teatro Nacional y Casa De Teatro. Más
adelante volvimos al país con Angélica Rosa para producir un taller de
“Entrenamiento de la Voz para Actores y Cantantes” y logramos reunir a un grupo
de alrededor de 80 participantes, todo esto de manera independiente, sin absolutamente
ningún apoyo de autoridades culturales, lo hicimos de manera autónoma.
En
el 1977 comencé mis estudios en la Escuela Nacional de Arte Escénico del
Palacio de Bellas Artes, en esa época, una compañera me regaló un libro
enciclopedia de la Real Academia de Arte Dramático de Madrid, España, por este libro
pude imaginar un mundo de posibilidades para seguir creciendo. Para
entonces, la mayoría de los aspirantes se visualizaban estudiando en Moscú,
todos querían ir a estudiar con el método de Stanislavski, popularizado en el
país por el maestro Rafael Villalona y la gran actriz Delta Soto y un grupo de
maravillosos actores de la compañía Nuevo Teatro. Aunque estudiaba
y amaba este método, no sentía ninguna inquietud por irme a vivir a Rusia, así que
por medio de la embajada española logré entrar en contacto con la Real Academia
de Arte Dramático de Madrid y después de someter los documentos necesarios,
recibí la aprobación de una beca para estudiar en esta prestigiosa institución.
Terminado
mis Estudios en la Escuela Nacional de Arte Escénico, el entonces director de
Bellas Artes, el destacado músico, compositor y dramaturgo Manuel Marino Miniño,
me había nombrado Actor del Teatro de Bellas Artes, recuerdo que habían elegido
a tres o cuatro alumnos de la escuela, una de ellas fue la actriz Carlota
Carretero, creo que Anacaona Félix y no recuerdo quien más.
El
maestro Miniño, siempre me hizo saber que veía en mí un gran potencial
histriónico. Debo decir que mi corta y pasajera experiencia en esta
compañía estatal no fue muy grata, me dieron el trabajo más nunca me llamaban
para trabajar en las obras. Yo comencé a aceptar cualquier trabajo
que me ofrecieran en los grupos independientes. Mi inquietud era aprender
y solidificar mi recién nacida carrera.
Al poco
tiempo de entrar a la compañía, dos o tres meses después, me encontraba
dirigiendo la obra que me estrenaría como director en el Teatro Nacional, “El
Baúl De Los Disfraces” de Jaime Salón. Durante el proceso de los ensayos,
recibí una llamada del Maestro Minino, me pidió que viniera a su oficina, una
vez allí, comenzó a recriminarme porque según le habían contado, yo
me negaba a trabajar con la compañía de Bellas Artes de la cual ya era
empleado. Lo escuche en silencio, con el gran respeto que siempre sentí
por el maestro, después de haberlo escuchado, le explique que nunca me habían
llamado para trabajar en absolutamente nada con la compañía. Para suerte
mía, el maestro Miniño mando a buscar a los dos responsables presuntos
implicados de la acusación y en mi precedencia los cuestiono y no pudieron dar
explicación alguna, ni siquiera pudieron nombrar la obra para la cual me
habían llamado y no supieron decir cuál era mi número telefónico,
por esta razón no pude ser despedido. Al no poder hacer nada al
respecto, me llaman como “apuntador” de una reposición ‘Las Manos De Dios”
El Baúl
De Los Disfraces, recibe una gran publicidad para la época, sala llena durante
todas las representaciones. Muy poco tiempo después nombran a un nuevo
director de Bellas Artes y por coincidencia es cuando llega la aprobación de mi
beca para irme a estudiar a España, yo solicito un permiso con disfrute de
sueldo hasta mi regreso, pues necesitaba ese salario para mis estudios en
Madrid, España. Como era de esperarse, la solicitud fue denegada, porque
la decisión quedo en manos de uno de los dos acusadores. Cabeza dura como
siempre he sido, decidí seguir adelante con mis planes. Ya camino a
Madrid me detengo en los Estados Unidos para visitar a mi familia y desde ese
momento, la historia cambio de rumbo, la travesía siguió su propia ruta y llego
a lugares nunca sospechados, mas no a Madrid, España.
Para
finales de 1986 la nostalgia de la escena dominicana me invade y en
conversación con el director, luminotécnico y escenógrafo dominicano, director
de la compañía Alta Escena, Bienvenido Miranda, salió a relucir una obra que
nos gustaba a ambos, Equus, del escritor inglés Peter Shaffer,
inmediatamente contacte a los representantes del autor en Londres, recibí
sus permisos para presentar la puesta en escena dominicana, la fecha en la que
yo podía trasladarme a Santo Domingo para este montaje, coincidía con un
festival de teatro organizado por el estado, Ivonne Haza era la directora
artística del Teatro Nacional y se mostró muy dispuesta a que esta obra fuera
parte del festival, de inmediato empiezan los preparativos y de mi parte la
investigación sobre la obra y sobre mi personaje Alan, protagonista de la
historia. Después de arduos preparativos y mucha comunicación, estaba
todo listo para mi viaje, me preparé para estar fuera de Nueva York unos cuatro
meses. Mientras esperaba por mi vuelo en el JFK, decido llamar a mi
contestador desde una cabina de teléfono público, yo tenía un aparatito del
tamaño de un beeper que me permitía recoger mis mensajes, llamaba, esperaba a
que saliera un mensaje de voz y apretaba tres veces el aparatito y así era como
lograba escuchar los mensajes grabados en mi contestadora. Entre los
mensajes que escuché, había uno con la voz de una joven que decía: “por favor llamar
con urgencia al Teatro Nacional”.
Inmediatamente
llamo al teatro desde el mismo teléfono público donde me encontraba, me reciben
con la noticia de que” la obra no se puede realizar porque hubo un
problema de “comunicación entre los organizadores del festival”- además me
dijeron- que no era necesario que llegara a Santo Domingo, porque
“lamentablemente la fecha estaba ocupada”- Con la furia
natural que me provoco esta sorpresiva situación, le grite a la joven,
reclamé y pedí hablar con la directora o cualquiera que pudiera
responder a mis preguntas, pero, lamentablemente, todos se encontraban en
“su hora de almuerzo”. Necesitaba una respuesta, lo único que
quería saber era ¿porque habían esperado hasta ese momento para comunicármelo?
justo el mismo día cuando suponíamos que yo llegaba a Santo Domingo.
Durante mi conversación telefónica, escuché la llamada de abordaje… No me
quedo más remedio que seguir con mi plan de viaje y averiguar de frente lo que
estaba pasando con este proyecto que veníamos planificando por tanto
tiempo.
A mi
llegada a Santo Domingo, después de reuniones, preguntas y averiguaciones,
concluí que lo sucedido no era casualidad y lo pude reconfirmar décadas
después. El proceso fue tan frustrante que decidí abandonar la idea y
empacar para regresar al barrio que me había acogido sin preguntar quién era y
de dónde venía.
Aquel
día de mi regreso a Nueva York, nunca lo olvidaré…sentí que esos mundos tan
disimiles se revolcaban en mi cabeza y por un momento me volví un ciudadano de
ninguna parte, con la misma maleta llena de ilusiones y sueños que parecían
truncados, regresé con mis fotos, las mismas que hoy comparto con ustedes.
Aquella mañana,
antes de irme al aeropuerto, me dirijo al Teatro Nacional para entregarle a
Lillyanna Díaz un sobre con una copia de la primera edición de una nueva obra
de Luis Rafael Sánchez, la cual yo había encargado para poner a la venta por
primera vez en Nueva York en la Librería Hispano Francesa, luego, supe
que ni la obra, ni la tarjetita de agradecimiento había escrito para ella,
habían llegado a sus manos.
En lo
adelante seguí viviendo, amando, aprendiendo, sufriendo, haciendo teatro en
Nueva York, pero sobre todo creciendo en aquel barrio que me acogió con los
brazos abiertos y me hizo testigo de una época, de una mágica revolución en
donde muchos amigos y amores no pudieron alcanzar el frente de batalla.
Mucho
tiempo después y por una gran puerta que el destino me tenía guardada, regreso
a casa para protagonizar “Calígula” de Albert Camus, en un montaje de Giovanny
Cruz, una obra que me puso en el corazón de todos los dominicanos que fueron
testigos de este gran evento del teatro dominicano.
Desde
entonces la historia ha seguido escribiendo su propio destino.
Carlos
Espinal
Derechos
Reservados 2016
My mother protected me from the world and my father threatened me with it.
Quentin Crisp
|